“Alguien debería tener cuidado amigos, la ciudad se carcome…”
El punk hablaba al televisor para después reír nerviosamente. La estética demoledora pretendía impactar en la retina con un desequilibrado sentido de la realidad.
Los jóvenes miraban impávidos las pantallas con la cara de aquel adolescente enfermo. Burlándose de todo cuanto es valioso para los seres humanos, afirmando el regocijo en lo absurdo; la anarquía absoluta, con aquello que conlleva, el caos.
Las calles ardían cubiertas de basura y deshechos vertidos por sus ciudadanos, frenéticos agitadores que habían vencido la resistencia prevista para aquella ciudad compacta.
Bajo la falsa libertad de la rebeldía absoluta y el libertinaje, distribuían las distintas clases de manera arbitraria e incoherente. Lo mismo idolatraban a un vagabundo en pésimo estado de salud, que al miembro o líder de alguna sub-banda por haber dicho algo “reverenciador” o “aparentemente posible”. De alguna manera habían sobrevivido sin normas, sin autoridad, sin ley. Fiel reflejo en las calles el precio que pagaron por ello.
− ¡Esperad y contemplad! − Gritaba un común ya más envejecido.
Ataviado de manera extraña, pretendía sorprender con sus palabras a los jóvenes más despistados, o alterados por alguna droga.
Seis niños se acercaron, dos de ellos ya casi adultos.
−¿Qué creéis que va a pasar? − La voz del anciano iba dirigida a sus jóvenes oyentes.
Uno de los chicos, el más adulto, se apresuró a importunarle, poniéndolo a prueba:
−¿Por qué dices toda esa mierda, viejo?
El anciano, de manera mística y armoniosa, desabrocho los botones de una chaqueta de cuero sin mangas que vestía. Bajo la atenta mirada del grupo reveló lo que parecía un tatuaje en su pecho; un sol arriba, con los rayos cayendo hacia el abdomen y sobre ellos, como recibiendo/impidiendo que los rayos caigan, una luna tumbada hacia los rayos, de color negro.
Abrió la vestimenta al tiempo que la mostraba. La pobre pero simbólica composición del dibujo llamó la atención de los chicos.
−El sol − Se acercó a ello y dijo con voz suave, como susurrando −Nos vigila a todos.
Recuperando la voz, aprovechando la distracción causada, con tono gentil dijo:
−Vosotros lo sabéis. Hemos matado al juez, al testigo y al cómplice. La ciudad no tiene dueño, pero…¿Qué haríamos nosotros si el sol no saliera mañana?
−¡¿Qué pasaría?! − Pregunto un chico asustadizo.
−Hemos llegado a lo profundo − Señalo el viejo a lo que parecía su casa; basura amontonada y acompañada de un acondicionamiento donde dormir − Tengo las fotografías, no hace tanto tiempo de todo aquello.
Rebuscó en su basura para encontrar un pliegue de cuero cerrado con hilos de algún materia sintético. Mostró la bolsa a sus nóveles espectadores y rápidamente se presupuso la reacción del muchacho mayor.
−¡Dinos que hay ahí! − Denotando en su voz cierta retracción, cierto repelo.
−Fotografias, solo fotografías. ¿Queréis ver como todo era antes? − Tratando de mostrarlas con determinación, como todo lo que parecía querer enseñar.
Una de las niñas, sucia y desaliñada, da unos pasos hacia atrás asustada.
−¡No!...¡Dile que no! − atemorizada, suplicaba al más alto de los chicos.
Aquel señor envejecido, curtido por la misma vida en la peor de sus posibilidades, con pulso firme, extendía su brazo con una vieja fotografía en color, llena de lo que parecía a cierta distancia luces y estrellas.
Antes de que su brazo estuviese recto, el chico más adulto, el ahora más asustado, se abalanzó sobre el viejo arroyándolo en continua sucesión de golpes, incompresiblemente ciegos de rabia. En lo que concluyó la vida del hombre brutalmente ajusticiado por un menor de edad. Algo corriente, como el homicidio para este sistema.
El muerto quedó tendido en el pavimento y el agresor se fue con el resto, sin el menor peso en su conciencia. Pero uno de los seis quedó. Quería ver la fotografía, asi que la muestro:
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