El prisionero

Se gira para contemplar con desatino como su dicha no mejora. La opacidad tras su nariz prominente dibuja contra el muro la silueta de un rostro despiadado, de facciones angulosas y exageradas. Bajo la sombra de su esperpéntica cara hay un calendario dibujado con tiza en una de las paredes de su celda, que tiene que desplazarse para poder ver. Nadie vino en años, sin más amparo para él que el de la escasa luz que se filtra por unas perforaciones en la parte superior de la gruesa puerta de hierro. Más de cerca, el calendario sirve a placer la prueba fehaciente del encierro y la tortura que la soledad arrastra, y que sigue arrastrando. La comida; un líquido negruzco y espeso, servido frío en un hosco cuenco de piedra, rebosado de cortezas de pan más secas y asperas aún que el propio cuenco, yace desparramada por el suelo. Sin posibilidad de holgarse más que desparasitando el sucio pelaje que le crece ageno al lento discurrir de las horas, con las liendres aferradas en el como únicas compañeras.

Un viento llegado insólito empuja con fuerza tal que logra entreabrir la puerta.
Pudo la sorpresa engañarle, haciéndole creer en principio que hubiera alguien del otro lado, hasta que el soplo de aire trae a sus desacostumbrados oídos un silvido chirriante, el del viento enfurecido. Soliviantado por el engaño, lleva su mano derecha al cinto y toma de el un llavín que usa para cerrar la puerta desde el interior, despues de tirar de ella.

Sentado en la penumbra, ahora llena por el silencio, recuerda el tiempo pasado y marañoso, confundido por la soledad del cautiverio. Tras pensarlo un instante, concede a su oído un dudoso placer no acontecido desde tiempos remotos, el de escuchar su própia voz; antaño noble y vibrante, ahora quebrada y tan apagada como el brillo de sus ojos en su envejecido semblante cavernario. Finalmente y no sin esfuerzo, consigue emanar algunas palabras susurrantes de su garganta:

Antes que el tiempo me vea finar deseo dejar aquí mis recuerdos, pues aunque poséo todas las llaves de esta mazmorra, la soledad me custodia a mí. Yo, que un día ya olvidado fui carcelero.

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